Publicado en la revista Gerente Agosto 2014
Un tigre es un animal salvaje por
naturaleza, sigiloso, inteligente y magnético, su espacio natural es la selva
donde su solo gruñido hace que los animales huyan o se petrifiquen. Sus rayas y
colores lo hacen resaltar entre los demás animales, su objetivo no es pasar
desapercibido, debe hacerse notar. Es su naturaleza.
Hace muchos años su especie fue capturada
por humanos, quienes usando argumentos de fuerza, látigos y barrotes lo
sometieron a sus deseos, bien para usar sus pieles y adornar sus salas, bien
para hacerlos rugir a voluntad, bien para acompañar a sus príncipes a tomar el
té.
Para poderlo someter sus captores, a
quienes abrazan y acarician movidos por el temor a no tener comida o recibir
algún castigo, limitan su espacio para moverse, racionan su alimentación justo
al limite que los vuelva poco rentables, por supuesto que sacan lustre a sus
rayas y a sus colores finalmente es su fiereza sometida y su diferencia con
otros animales lo que lo hace interesante.
Cazzzzingggg, sonó el látigo que
golpeó su espalda, una silla separaba al domador de sus garras, a pesar de no
entender exactamente lo que quería el humano hizo lo que pensó que le
garantizaría su comida, miraba a sus lados y sus compañeros tigres hacían lo
mismo, saltaban y gruñían a la orden de su humano, no era su idea de vida
perfecta pero era la que tenía y eso le garantizaba su comida y no ser
golpeado, Cazzzzzzzingggg ahora sus
patas traseras ardían como si un leño ardiente se hubiera acomodado allí, miró
a su derecha, el tigre viejo lo estaba mirando con su único ojo en buen estado,
le decía con la mirada que bajara la cabeza que hiciera lo que su humano le
pedía, que recordara que su ojo había saltado de su cara cuando un golpe de látigo
no se depositó en su espalda.
Las historias de sus
viejos compañeros de celda, el dolor de cada golpe, el miedo de todos los días
por no recibir comida, maldecir con todo su corazón esas rayas negras y naranja
que lo hacían diferente, odiar a su humano, odiar al látigo, odiar la silla,
odiar la celda.
El tigre saltó por encima
de la silla que el humano sostenía con su mano izquierda mientras agitaba el látigo,
sus rodillas sonaron como un trozo de árbol que se rompe - tantos años de estar
sometido en un espacio diminuto lo quitaron agilidad, los tigres amigos e incluso el sabio mico
miraron de reojo sintiendo miedo por él, envidia por su decisión y miedo por lo
que les tocaría a ellos aguantar. El humano tuvo miedo, en sus ojos el tigre
vio la sorpresa de lo inesperado, el latigo cayó, ya no dolió, lo hizo
impulsarse con más fuerza, puso su pata derecha sobre el pecho del humano y
apoyándose salto con fuerza por fuera de la jaula mientras sentía la mezcla de
sentimientos en su corazón de tigre, miedo, felicidad, incertidumbre por la
comida que no recibiría, pero alegría porque volvería a cazar como antes. La
vida comenzó, una vida terminó.
Cuando una organización contrata un
empleado surgen dos tipos de contratos, el formal que está escrito en un documento
legal que formaliza la relación a cambio de una suma de dinero cada dos o
cuatro semanas y uno que se da en la mente del empleado basado en las promesas
que le hace el empleador, allí caen promesas de capacitación, crecimiento
personal, viajes, bonificaciones, estabilidad y buen ambiente laboral. Cuando la organización, o sus directivos
actuando en nombre de ellas, no cumplen con las promesas formuladas se produce
un rompimiento en ese contrato, es el contrato sicológico y por esa razón se
dan situaciones que afectan a la compañía como renuncias, bajo rendimiento,
burnout, estos empleados se convierten en multiplicadores negativos que en
lugar de motivadores al crecimiento y compromiso con la empresa.
El látigo representado en políticas
corporativas rígidas enfocadas a presionar al empleado a ajustarse a estándares
no negociados, la amenaza constante con la suspensión de la limitada ración
alimenticia, dosificada de manera metódica; sin logros por alcanzar a pesar de
hacer piruetas que no estaban en libreto y enriquecen el espectáculo, son constantes amenazas que no hacen dócil al
tigre, lo maltratan al tratar de quebrar su voluntad, solo hacen que cuando los
tigres se reúnen a tomar agua o café en el caso de las empresas, la rabia por
el látigo, la incomodidad por la pequeña dosis de comida, la rabia por ver como
al caballo lo recompensan solo por su belleza y pelaje se conviertan en virus
nefastos que van carcomiendo a las organizaciones desde la base. Si son
empresas productoras de bienes seguramente se verá reflejado en bajos
estándares de calidad, ausentismo, malas practicas, bajo rendimiento y si son
organización prestadores de servicios la ruptura del contrato sicológico se
dará en la atención, la calidad de la entrega e incluso puede derivar con el
tiempo en boicots internos.
Un empleado que aporta, que crea, que
innova y no es motivado o por el contrario es castrado por la organización va a
reaccionar tarde o temprano ante el látigo como nuestro tigre de la historia.
Políticas
laborales consistentes, organizaciones coherentes, directivos consecuentes son
la mejor manera para que el empleado de lo mejor de sí y para que ayude a
construir ventajas competitivas para la organización; el látigo no hace dócil
al tigre, lo reprime.