miércoles, 28 de agosto de 2019

¡Se acabó la moneda!

Eran las 5 de la tarde en un centro comercial lleno de familias que recorrían vitrinas sin mucho dinero en el bolsillo y helados a medio derretir en las manos; mis dos hijas tendrían 3 o 4 años, esa edad en que comienzan a tener algo de uso de razón, las pataletas aparecen y pasan de ser bebés a convertirse en niñas llenas de preguntas, pequeños soles que llenan las mañanas de abrazos y las noches de cuentos.

Mi niña mayor llegó enfadada, su gesto preferido era cruzar los brazos y apretar los labios para demostrar su enojo.

- Papá, se acabó la moneda.

Estábamos en la zona de juegos, hacía calor, y las máquinas funcionaban solo con monedas de quinientos pesos; ya llevábamos media hora allí y en mis bolsillos no quedaba ni una sola

- sol, no tengo más.

Su gesto se hizo aún más duro y una gorda lágrima se asomó.
En los negocios alrededor no cambiaban monedas, su hermanita aún estaba en el elefante volador que se movía perezosamente; hacía calor, niños llorando, mi niña grande enojada, la pequeña seguro llegaría pidiendo lo mismo.

La bendita moneda de quinientos, su ausencia, se había convertido en la representación de la frustración de padre y el asomo de una tarde arruinada.

Seguimos caminando, mi niña grande enojada, la peque a medio dormir en brazos de su madre, y yo frustrado, y con calor. Me quedé pensando en el significado de esa moneda ¡Eran solo quinientos pesos!
Mientras caminabamos rumbo al parqueadero para regresar a casa y retomar la rutina de fin de semana, seguía pensando en el valor real de esa moneda para mi niña, hasta que finalmente entendí que no era la moneda como tal ¡era diversión, alegría! Pero había algo más profundo, era tiempo, ¡TIEMPO!
Esa era la respuesta

La moneda representaba el tiempo de alegría en la máquina, su tiempo personal, esos minutos de felicidad. La moneda era ese momento que se iba entre los dedos, ese pequeño espacio de comunión.
Entendí a mi hija, entendí que a veces se nos acaba la moneda y hacemos pataleta ante la vida por esos minutos de pequeñas dichas.

En esos momentos en que siento que se me van los minutos de pequeñas dichas recuerdo a mi niña, y su pequeña pataleta y le digo a la vida

¡Se acabó la moneda!

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