jueves, 16 de abril de 2015

Alas de Ángel

149 centímetros, 48 kilogramos, cabello negro ondulado que cae en grupos perfectamente coordinados sobres sus hombros. De sus finos rasgos se cuelgan como avisos de neón rompiendo la noche, unos anteojos diseñados en algún estudio de Milán o  New York; pequeños zapatos blancos enmarcan sus finos tobillos, casi siempre enfundada en costosos jeans de alguna marca extranjera. Día a día en su escritorio se acumulan ordenes de producción, post its pegados ordenadamente a la pantalla de su computador donde comparten territorio con un Jardín Zen y cotizaciones de nuevos proveedores que tratan de convencerla de las bondades de un nuevo producto publicitario; su trabajo gira entre la atención al cliente y el manejo de proveedores. Ella es Juliana nuestra Ejecutiva.
Viernes 4:30 pm, temperatura externa en Cali 39°C, temperatura en la Agencia 22°C, temperatura espiritual de Juliana 42°C. Tres llamadas perdidas en su celular, ya lleva dos días sin hablar con su querida hermana, el proveedor a quien está tratando de localizar desde las 11 am no contesta, ahora apago el celular, su cliente estrella le ha escrito muchos mails y ha llamado innumerables veces ( cada 7.5 minutos ) para saber que pasa con su trabajo impreso que estaba presupuestado para entregarse a las 2:00 pm.
Juliana suda, toma tinto, juega con su jardín Zen, chatea con su mejor amigo en Buenos Aires, y trata de calmarse … pero no funciona. Lentamente se incorpora de su asiento y lleva su menudo y estilizado cuerpo desde su cubículo hasta la cafetera quedando expuesta a la vista de todos en la Agencia, se detuvo a mitad de camino y cayó al piso doblando sus rodillas como un penitente rumbo a Buga en Semana Santa. Un grito desgarró la tarde de concentración de los creativos, la secretaría de gerencia miró por encima de sus lentes y detuvo su taza en aire, ese te verde podía esperar un minuto más.
Nuestra ejecutiva seguía gritando, quienes estaban aun congelados en sus puestos comenzaron a acercarse y escucharon de sus finos labios un murmullo que helo la sangre de quienes estaban más cerca “no más cambios, no más correcciones, no más opiniones”, esa letanía se repetía en un tono que cambiaba de tonos altos a tonos guturales inexplicables para ese cuerpo tan delicado.
Sorprendentemente de su fina espalda, atravesando su blusa en seda comenzaron a desgarrar la tela dos puntas que fueron emergiendo como puntas de iceberg buscando la proa del Titanic. La secretaria de la gerencia buscó instintivamente su camándula escondida entre su profundo escote mientras recordaba que esa mañana no había tomado su pastilla para adelgazar, Anita la nueva creativa llevo compulsivamente su pulgar a la boca mientras se trataba de esconder con el espaldar de su asiento.
Juliana seguía murmurando mientras de su espalda nacían destrozando carne y tela, dos alas oscuras revestidas de escamas negras brillantes. Las alas se extendieron rompiendo lámparas y derribando impresoras, Juliana ya no existía, de su rostro angelical y rastros modelados en porcelana poco quedaba. Con sus últimos trazos de humanidad, la que era Juliana elevo sus ojos al cielo y grito mientras su cuerpo se elevaba “ no mas cambios, no más correcciones, no más opiniones”.

Fin

Nuestro trabajo cotidiano implica la interacción entre proveedores y clientes, estos últimos muchas veces no entienden que cada cambio implica horas de trabajo, dedicación, inspiración e investigación. En ese punto se genera una relación de amor-odio con nuestros clientes cada vez que piden un cambio que no entendemos o no compartimos, o tal vez cuando exigen un replanteamiento de la campaña en contra de nuestros análisis e instintos.
Nuestros más bajos sentimientos fluyen de manera natural emanando una ola de energía similar a la que brotaba de las manos de Goku en Dragon Ball Z.
Vemos y oímos a nuestros amigos ejecutivos (as) de cuenta expresar el odio hacia sus clientes y al mismo tiempo el afecto y agradecimiento por cada pedido firmado, pero tal vez las cosas serían diferentes si nuestros clientes visitaran de vez en cuando a un proveedor o se sentaran con los diseñadores a verlos trabajar y sufrir. Solo de esta manera podrían sentir el acelere y la adrenalina cuando una tinta no funciona bien o cuando una plancha sale mal. Debemos entonces, además de atender a nuestros clientes y venderles estrategias e ideas, capacitarlos sobre los procesos técnicos y el papel del azar humano.
Ni que decir de los cambios en lo gráfico o en lo estético, un cliente que exige que se represente la marca de otra manera o con otra sonrisa o con una melodía más “tropicalonga”, está pidiendo más que un cambio de trazos o de notas, está pidiendo que el diseñador o músico entierre en el olvido a su pequeña obra de arte dándole mas “golpe” o cambiando la expresión por algo mas o menos gracioso.
El llamado, estimados (as) colegas, es entonces a jugar dominó o golf,  practicar Tai Chi o Yoga para así poder entender que nuestros clientes también tienen jefes y a ellos también le salen alas cada vez que su agencia les pide “ un día más para la entrega del arte”

A veces el mejor camino es pararse en los zapatos del otro y tratar de entender sus angustias, ellos también son seres humanos.

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