Viernes
4:30 pm, temperatura externa en Cali 39°C , temperatura en la Agencia 22°C , temperatura espiritual
de Juliana 42°C .
Tres llamadas perdidas en su celular, ya lleva dos días sin hablar con su
querida hermana, el proveedor a quien está tratando de localizar desde las 11
am no contesta, ahora apago el celular, su cliente estrella le ha escrito
muchos mails y ha llamado innumerables veces ( cada 7.5 minutos ) para saber
que pasa con su trabajo impreso que estaba presupuestado para entregarse a las
2:00 pm.
Juliana
suda, toma tinto, juega con su jardín Zen, chatea con su mejor amigo en Buenos
Aires, y trata de calmarse … pero no funciona. Lentamente se incorpora de su
asiento y lleva su menudo y estilizado cuerpo desde su cubículo hasta la
cafetera quedando expuesta a la vista de todos en la Agencia, se detuvo a mitad
de camino y cayó al piso doblando sus rodillas como un penitente rumbo a Buga
en Semana Santa. Un grito desgarró la tarde de concentración de los creativos,
la secretaría de gerencia miró por encima de sus lentes y detuvo su taza en
aire, ese te verde podía esperar un minuto más.
Nuestra
ejecutiva seguía gritando, quienes estaban aun congelados en sus puestos
comenzaron a acercarse y escucharon de sus finos labios un murmullo que helo la
sangre de quienes estaban más cerca “no más cambios, no más correcciones, no
más opiniones”, esa letanía se repetía en un tono que cambiaba de tonos altos a
tonos guturales inexplicables para ese cuerpo tan delicado.
Sorprendentemente
de su fina espalda, atravesando su blusa en seda comenzaron a desgarrar la tela
dos puntas que fueron emergiendo como puntas de iceberg buscando la proa del
Titanic. La secretaria de la gerencia buscó instintivamente su camándula
escondida entre su profundo escote mientras recordaba que esa mañana no había
tomado su pastilla para adelgazar, Anita la nueva creativa llevo
compulsivamente su pulgar a la boca mientras se trataba de esconder con el
espaldar de su asiento.
Juliana
seguía murmurando mientras de su espalda nacían destrozando carne y tela, dos
alas oscuras revestidas de escamas negras brillantes. Las alas se extendieron
rompiendo lámparas y derribando impresoras, Juliana ya no existía, de su rostro
angelical y rastros modelados en porcelana poco quedaba. Con sus últimos trazos
de humanidad, la que era Juliana elevo sus ojos al cielo y grito mientras su
cuerpo se elevaba “ no mas cambios, no más correcciones, no más opiniones”.
Fin
Nuestro trabajo cotidiano implica la
interacción entre proveedores y clientes, estos últimos muchas veces no
entienden que cada cambio implica horas de trabajo, dedicación, inspiración e
investigación. En ese punto se genera una relación de amor-odio con nuestros
clientes cada vez que piden un cambio que no entendemos o no compartimos, o tal
vez cuando exigen un replanteamiento de la campaña en contra de nuestros
análisis e instintos.
Nuestros más bajos sentimientos fluyen
de manera natural emanando una ola de energía similar a la que brotaba de las
manos de Goku en Dragon Ball Z.
Vemos y oímos a nuestros amigos
ejecutivos (as) de cuenta expresar el odio hacia sus clientes y al mismo tiempo
el afecto y agradecimiento por cada pedido firmado, pero tal vez las cosas
serían diferentes si nuestros clientes visitaran de vez en cuando a un
proveedor o se sentaran con los diseñadores a verlos trabajar y sufrir. Solo de
esta manera podrían sentir el acelere y la adrenalina cuando una tinta no
funciona bien o cuando una plancha sale mal. Debemos entonces, además de atender
a nuestros clientes y venderles estrategias e ideas, capacitarlos sobre los
procesos técnicos y el papel del azar humano.
Ni que decir de los cambios en lo
gráfico o en lo estético, un cliente que exige que se represente la marca de
otra manera o con otra sonrisa o con una melodía más “tropicalonga”, está
pidiendo más que un cambio de trazos o de notas, está pidiendo que el diseñador
o músico entierre en el olvido a su pequeña obra de arte dándole mas “golpe” o
cambiando la expresión por algo mas o menos gracioso.
El llamado, estimados (as) colegas, es
entonces a jugar dominó o golf,
practicar Tai Chi o Yoga para así poder entender que nuestros clientes
también tienen jefes y a ellos también le salen alas cada vez que su agencia
les pide “ un día más para la entrega del arte”
A veces el mejor camino es pararse en
los zapatos del otro y tratar de entender sus angustias, ellos también son
seres humanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario