Me llamo Samuel , tengo 40 años y al fin puedo darme cuenta que ser tan cuerdo, de buen juicio y prudente no lleva a ninguna parte.
Este fue el final de un día extraño para Samuel quien había jurado ser sensato hasta el último momento de su vida, en cada uno de sus actos, claro está que cuando lo juró tenía al frente a su padre con una gran correa de cuero negro, muy antigua ella, enroscada en su mano derecha, mientras la apretaba a tal punto que sus nudillos se blanqueaban.
Samuel había perdido 4 materias en el colegio y su padre se encargaría a punta de correazos que eso no volviera a pasar; lo que nadie le preguntó al niño era la razón por la que las había perdido, como siempre el culpable era el corazón; su nombre Dana, acababa de retirarse del colegio porque a su padre lo acababan de trasladar de ciudad en la empresa y todo el mundo sabe que los niños son el equipaje de mano de los papas.
Samuel perdió todo contacto con la realidad cuando la vio por primera vez en el patio del colegio, sonriendo por los ojos y él por supuesto asumió la estrategia usual que aplicaba cuando una niña le gustaba, sentarse en un banco a la sombra para poder verla sin insolarse. Las materias pasaron a segundo plano, los juegos también solo lo motivaba llegar todos los días a verla; un día por fin sacó fuerzas para hablarle y se paro del banquito, se fue lentamente hacia ella, la saludó interrumpiendo su charla con las amiguitas de siempre, Dana volteó a ver a Samuel y lo saludo como se saluda a los muebles al entrar a una casa conocida -suponiendo que a los muebles les importara el saludo por supuesto- Samuel sintió como las palabras se le iban apelmazando en la garganta, se colaban por sus dientes y lengua y de pronto sin saber ni como ni cuando le dijo a ella,
Querés un heladito?
Que hicieron las amigas? Que hacen las amigas en esos casos? Eso, reirse.... cuchichear y reirse mientras Dana contenía una risita chiquita y afilada con la palma de la mano y pronunciaba la sentencia que regiría a Samuel el resto de su vida.... bueno hasta los 40 años cuando en la reunión de la Asociación de Insensatos Anónimos pudiera dejar salir su maldición.
- Sammy mi mamá me dijo que no le recibiera heladitos a nadie y yo soy muy sensata, chao que sonó el timbre.
Samuel, arrastró su cuerpo centímetro a centímetro, baldosa a baldosa mientras llegaba al estrecho salón, respirar era difícil, cambiar la expresión era algo a lo que no se arriesgaría, le daba miedo parpadear; su pequeño mundo había terminado.... no sabía que quería decir ser sensato, se sentó despacio busco en su pequeño Larousse ilustrado y vio que significaba: Cuerdo, de buen juicio, prudente ese día juró que su vida se regiría por esos tres pilares fundamentales.
De tanto tratar y tratar, pensar en Dana y repetirse Samuel descuidó sus estudios y algo de su vida por supuesto.
Cuando cumplió 40 años abrió los ojos y se dio cuenta que el mapa que cuidadosamente había trazado alrededor de su vida, estaba emborronado como si algún ángel hubiera tratado de corregir un renglón mal escrito. Caminó por todas las calles del pueblo tratando de encontrar el norte que se le había embolatado esa noche y nada.... ese día terminó y Samuel estaba como un cuaderno la primera semana de clases, en blanco.
Cada vez que veía a Dana en el salón, una izada de bandera, un paseo o simplemente en el recreo recordaba que él no era lo suficientemente sensato para ella y así cada día se esforzaba por ser más cuerdo, más prudente y de buen juicio; hasta que una tarde como a las cinco y media cuando pasan las parejitas de loros haciendo bulla, Samuel buscó a Dana en la biblioteca a donde ella iba y nada, en la esquina de la panadería con las mellizas, y nada, al otro día en el colegio preguntó por ella y le dijeron que se había ido de la ciudad porque a su padre lo habían trasladado y como todos sabemos ella era parte de su equipaje.
Samuel sufrió, ya tenia 17 años y había dedicado su vida a ser sensato y a observar a Dana estudiando hasta su mas pequeño gesto, y ahora con su padre al frente y la correa enroscada como la serpiente del Paraíso juró ser Sensato con toda su alma para que no volviera a sufrir su corazón.
La noche terminó con Samuel regresando a casa a rebuscar en todos los cajones a ver si aparecía su vida tal y como la conocía pero nada, le preguntó a gritos a la señora del aseo que iba los martes y jueves, pero nada... se había esfumado mientras el dormía.
Se miró al espejo y veía al hombre sensato de siempre, cuerdo, prudente y de buen juicio, peinado hacia la derecha con el pelo solo un poco desordenado, decidió llamar a todos sus amigos de pronto había dejado sus sueños en la casa de alguien o alguno los había cogido prestados, eso pasaba a veces pero para eso son los amigos para prestarse los sueños, y nada de nada.... nadie daba razón.
Ya no se sentía tan cuerdo, su buen juicio se fue pal carajo cuando había reventado a patadas - bueno o al menos lo intentó muy varonilmente - el cajero automático buscando un poco de saldo de ese tesoro que era su inteligencia, ni un peso, nada.... Eso era su vida una gran nada oscura y poco confortable. Fue a caminar, ya era tarde y bajando por la panadería del barrio vio el aviso en la puerta Asociación de Insensatos Anónimos, le sonó lógico lo de la Insensatez (un poco dramático pero estaba bien)... su sensatez lo había llevado hasta ese cruce de caminos donde la nada era su compañera.
Entró, le tocó el turno
Me llamo Samuel , tengo 40 años y al fin puedo darme cuenta que ser tan cuerdo, de buen juicio y prudente no lleva a ninguna parte, a partir de ahora soy un insensato y viviré cada día como si estuviera escrito en un libro viejo y sucio que mañana voy a morir mientras desayuno.
Construir la insensatez como un deber de vida es el norte que todos añoramos tener, no solo a los 40 o a los 30 o a los 20, justo desde el momento en que creímos que ser Sensatos nos llevaría al paraíso prometido comenzamos a fallar, ser insensato no es ser irresponsable, es vivir y vivir y vivir porque el libro viejo y sucio llamado vida se escribe todos los días una palabra a la vez.
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