Su corazón latía pesadamente, su camiseta tenia
movimientos rítmicos. La vista se fue haciendo borrosa a medida que el tiempo
pasaba, cada vez que intentaba respirar el pecho dolía pero, de alguna manera
le agradaba este dolor sordo y latente, de esa manera sabía que estaba vivo,
pero muy próximo a la muerte, a pesar de
ese largo aguijón de metal que se introdujo a la altura de la cuarta costilla,
costado izquierdo de su pecho.
Los días parecían pasar por el cedazo que las
abuelas utilizaban hace mucho años, corrían perezosamente como sin ganas de
abandonar a sus anfitriones; días, meses, años, horas en fin todos esos
términos que marcan el tiempo de nosotros los humanos se ensañaban en Jaime, no
querían dejarle olvidar que ella no estaba, que su sonrisa solo sería de ahora
en adelante un espacio en sus neuronas y que sus caricias no tendrían dueño
nunca más. De cuando en vez abandonaba
su turno de trabajo como ayudante del estudio de audio, se fumaba un cigarrillo
a escondidas de su jefe que como todo fumador pasivo lo sermoneaba
constantemente acerca de los daños que le hacia el cigarrillo, y aprovechaba
para regar con un poco de nostalgia la foto que tenía en su billetera, justo al
lado de la de su madre y su hermano
menor; a pesar de saber que era inútil llorar y recordar con tristeza a la
mujer que le dio tanta alegría en vida, era inevitable.
La tarde amenazaba al sol con ocultarle detrás de
las montañas que rodeaban la ciudad, hacia las cinco y treinta de la tarde, la
amenaza se convertía en hecho y el cielo se despedía del sol con gruesas
lagrimas naranja y violeta, las mismas con las que horas después se despedía de
la luna; era en esas horas, las de la tarde, que Jaime se desesperaba realmente
pues no encontraba como utilizar su tiempo, ya que se había acostumbrado a
compartir cada minuto con ella y ahora cada minuto sobraba sin su compañía.
Sábado, era
el peor día de la semana porque tenía que trabajar y terminaba turno al
mediodía cuando el sol estaba en el cenit, muy acomodado y a sus anchas; ese
sábado uno de sus compañeros lo animo a acompañarlo a tomar unas cervezas,
hombre deje esa cara –le decían sus compañeros- mire que la vida continua, ya
son seis meses en las mismas. Vamos.
Nunca había aceptado pero esa tarde algo se cruzó
por su mente, algo que se venía cocinando en su corazón desde algún tiempo ya;
y aceptó la invitación de sus compañeros. Se tomaron unas cervezas y otras que
se convirtieron en aguardiente, la tarde se convirtió en noche y su idea se
tornó en fatalidad; llegó el momento de
partir y Jaime aunque algo tomado no estaba borracho, como publicaron
después algunos diarios amarillistas, le pidió a su compañero que lo acompañara
a un cajero electrónico a sacar algo de dinero porque quería seguir la
celebración en otro sitio donde encontrarían algunas mujeres de moral
distraída; al fin llegaron al sitio aquel, quedaba en el centro de la ciudad,
en un sector al que incluso la policía no entraba por miedo a sus habitantes,
especialmente en la noche cuando las sombras los protegían.
Entraron al sitio donde algunas parejas estaban
bailando en la pista, al fondo con cierto aire de timidez sonaba Alci Acosta,
cantando a alguna mujer divina que le habría hecho sufrir con una copa rota,
las parejas de la pista no podían ser más disímiles, ellas con faldas muy
cortas y ajustadas que dejaban ver sus gruesas piernas en toda su geografía, y
un presagio del valle que prometía amor a costa de algunos billetes arrugados;
ellos con jeans sucios y zapatos tenis parecidos a los que algún basketbolista
norteamericano utilizara para volar hasta la canasta, una cachucha con la
visera hacía atrás, el cabello un poco largo según la moda actual, el asomo de
bigote o el bigote en todo su esplendor; se abrazaban al cuerpo amado mil veces
como intentando rememorar el amor que se perdió entre los dedos.
Jaime y su amigo se acomodaron en una mesa, ubicada
en una esquina pobremente iluminada, una vez allí pidieron aguardiente, y comenzaron a hablar, él contó a su amigo su
tristeza pero no fue capaz de contarle sus intenciones, al cabo de un rato
cuando el local estaba relativamente lleno, Jaime sacó un rollo de billetes,
los contó y entregó algunos a su amigo, el resto los guardo en el bolsillo,
-Por si me demoro en volver- dijo Jaime. Para donde va –gritó su amigo- no ve
que esto es una olla?-. Jaime salió a la
esquina y miró por encima de su hombro, dos hombres lo venían siguiendo muy
despacio, los identificó como clientes del sitio donde estaba, más aún, eran
los de la mesa de al lado; todo estaba marchando bien, giro la esquina a un
sitio más oscuro todavía.
Su plan incluía todos y cada uno de los personajes
que estaban interviniendo, el escenario era perfecto.
-Quietecito que lo chuzo, bajese del billete!!
-Si, bajese del billete o lo chuzamos . . . hijueputa !
-Pero, cual billete, además ustedes que me van a
hacer algo, par de . . . bobos. A ver
muy machitos o que ?
-Uy salio berraquito el mancito, venga y verá le
muestro su regalito.
-Si, rápido que ya me arreche pensando en las
niñas que nos vamos a comer con ese billete.
Jaime
cayó pesadamente, el pecho le dolía pero en su corazón estaba la satisfacción
de que pronto podría encontrarse con ella;
la vista borrosa, el dolor, el sabor metálico en la boca . . . era feliz, todo había salido perfecto.