Por Lobsang Salguero-Barrera
¿Arrechón o tumbacatre amigo? Expresiones fuera de contexto que podrían ser
tomadas como una oda a la masculinidad de quien recibe en su mano una pequeña
copa con el jugo de la selva, más duro en esta copa o más dulce en la otra,
para quienes tenemos el placer de hacer parte de esta generación en Cali, esa
pregunta solo quiere decir que estamos en el Petronio, mirando aquí y allá las
negras con sus cuerpos deslumbrantes, sus sonrisas cálidas y las mayores con
los ojos apagados llenos de historias algunas tristes y otras pícaras,
poseedoras de una sabiduría que huele a selva y sabe a matas dulces. Que si la
artesanía es bonita, que si la comida es exquisita no es un tema a debatir, que
la marimba repica y se mete en la sangre con tal fuerza que es imposible no
moverse, aún a sabiendas que no tenés ni el 5% del ritmo de tu vecino, pero a
él tampoco le importa.
Llegando a las canchas Panamericanas ríos de gente se
encargan de llevar al blanco más nórdico o al negro más negro a un solo espacio
donde más de 120.000 personas agitan un pañuelo, traído o comprado, sin
importar la melanina o la procedencia, solo nos une el amor por la música del
pacifico y la rumba que alrededor se da. Pasa el vichero, pasa el policía
correteando al vichero por no tener autorización (cosas de la oficialización
del conocimiento ancestral), pasa la negra inmensa, sonriente con la europea
flaquita quien con grandes esfuerzos logra sostener el pantalón en la cadera
casi etérea, mientras tanto la negra lucha por lo mismo, sostener el pantalón
en la cadera casi eterna.
El negro pasa y sonríe, se coge las huevas mientras rie,
solo lo entiende quien se rie con los ojos y desde abajo, muy abajo. –Ve tenés
viche? A como? Tiráte la pruebita pues! Y uno con delicadeza se las da de
catador mientras solo espera el pringonazo en la sangre, si pringa mucho no
aguanta, pero si pringa poquito tampoco entonces se mira uno con quien lo
acompaña y asiente con la cabeza como confirmando que la cepa, el bouquet y el
origen son el adecuado para el maridaje. Uno no sabe nada del Viche, llegado de
la selva a la ciudad con la misma fuerza de la marimba de chonta que nos
traspasa el corazón, pero igual deja que por unos momentos lo llene de sabores,
a unos les gusta más dulce a otros con leche y cremoso pero lo importante es
que se comparte en copitas chiquitas para que dure más quizás, es que el
Petronio con amigos sabe más sabroso.
Caraaaaajo es el grito de guerra que anuncia que el Petronio
termina por esa noche, se lanza un tamborero con sombrero de paja cantando
cualquier cosa que todos sabemos, y la gente salta alrededor del tamborero
tratando de sacarle el ultimo jugo a la noche y unos gritan sin saber que la
noche no termina, se abrazan a su canequita de viche haciéndola rendir otro
poquito y la noche avanza un poco más. A la salida las mazorcas y los chuzos
hacen su agosto, se venden se consumen, se comparten mientras los pies cansados
se arrastran hacia una ciudad que devoró a una etnia hace ya cientos de años; -
y cómo es? Donde rematamos? Pa´ donde vamos preguntaron los amigos mientras
comían choclo de dudosa procedencia y cooooomo! pues que nos fuimos para la
Calle del Pecado, para nosotros era casi un mito urbano que algunos decían
haber visitado, vivido y bebido pero en todas las versiones anteriores del
Petronio no habíamos podido visitar.
Tomamos rumbo al centro de Cali, pasan putas, pasan tombos,
pasan carros, pasa gente sonriendo ampliamente, pasa el loco, pasa el trapito
–venga mono parquielo aquí mijo que queda bien cuidadito – dejamos el carrito
ahí, solito, con la bendición y la barra roja que le da a uno un poco más de
tranquilidad que la sonrisa a pedazos del trapito, quizás alguna vez fue una
sonrisa plena pero ahora solo sonríe por partes.
Vamos entrando a la calle convenientemente cerrado por una
valla policial, es curioso como la norma convive con lo subterráneo y, según
dicen lo asiduos, lo convierte en un chicle viejo y sin azúcar.
Multitud de gente, olores y colores, la sexualidad aflora a
cada paso, el humo del chuzo de mil se confunde con la dulce bareta mientras
las putas, putos realmente, se arreglan las tetas de mentiras y las medias de
malla roja; el campanero toca la campana mientras avanza un punketo mirando con
rabia a los que se atreven a mirarle a los ojos, niñas lindas, niños bien,
burgueses bohemios que descubrieron el placer de vivir la movida subterránea
solo bajándose de su automóvil con aire acondicionado. Niñas lindas que se
funden en besos largos como sus dedos que se dedican a explorar sus
irreverencias mientras ojos grandes de hombres hambrientos de noche las
despiezan buscando que la textura vista se convirtiera en la textura sentida.
Todos al tiempo, todos caminan y atropellan, todos se mueven como un solo
cuerpo, en el oído derecho retumba la marimba y el cununo, en el izquierdo el
Rey de la Puntualidad sigue cantando “que viva mi gente”.
Un viejo en la esquina vende cerveza fría para tanta
calentura, puchos para tacar y rellenar, papitas fritas bullosas como las almas
que allí se encuentran pecando, gozando, saltando y disfrutando sentir al otro
ahí pegado unidos solo por el Petronio, por la gozadera, por el viche frio que
baja caliente, por el arrechón de esquina y el tumbacatre profundo. Una noche
que termina un año después, cuando volvemos a ser pacifico y a dejar que se
ponga de moda el negro que la sociedad excluye y mira de lado, mientras tanto
guardamos las fotos y los olores de una rumba que aún guarda el sabor de la
Cali que añoramos y recordamos.
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